En El Código Da Vinci se nos muestra a Leonardo como una especie de radical en el terreno espiritual que se burlaba maliciosamente de la tradición cristiana por medio de un empleo subversivo de los símbolos en su arte. Antes de sentimos intrigados y sorprendidos por esta aseveración, veamos en perspectiva las creencias espirituales de Leonardo.
En la época del Renacimiento, Leonardo da Vinci vivió en Italia y (durante corto tiempo) en Francia. «Renacimiento» significa «un nuevo nacimiento» y no se refiere al renacimiento de la cultura en general, sino al renacimiento de la cultura clásica: filosofía, literatura, arte y una sensibilidad general respecto a las antiguas Grecia y Roma.
Uno de los frutos de las Cruzadas –las continuas guerras entre los cristianos occidentales y los musulmanes– fue el redescubrimiento de aquellas obras: manuscritos y obras de arte que se conservaban en Oriente y que los cruzados llevaron a Occidente como botín.
Leonardo vivió en una época de actividad brillante y tumultuosa, centrada en el mundo de naturaleza y en la vida de los seres humanos en él, y enriquecida por el encuentro con las culturas griega y romana. Sin embargo, no podemos afirmar que esta actividad estaba directamente enfrentada con la Iglesia católica. No lo estaba.
La Iglesia ocupaba todavía el primer lugar en el terreno intelectual de aquel tiempo: patrocinaba todas las universidades, y muchos de los investigadores de la cultura clásica en el contexto de su tiempo fueron clérigos: sacerdotes, monjes e incluso, obispos.
Leonardo nació y vivió en medio de una cultura integrada en un cristianismo católico, pero, como se deduce de sus cuadernos, no era en modo alguno un creyente en las prácticas tradicionales del catolicismo.
No obstante, escribe sobre Dios y también sobre Cristo. En su biografía sobre Leonardo (Leonardo: The Artist and the Man) Serge Bramly escribe:
«Creía en Dios... aunque quizá no en un Dios muy cristiano... Descubría a Dios en la belleza milagrosa de la luz, en el armonioso movimiento de los planetas, en la intrincada disposición de los músculos y los nervios en el interior del cuerpo, y en la indescriptible obra maestra del alma humana.
Leonardo no era un católico practicante. o más bien, practicaba a su modo. Su arte sigue siendo esencialmente religioso hasta la médula. Incluso en sus trabajos profanos [no religiosos], Leonardo alababa la sublime obra creadora del Altísimo, que pretendía captar y reflejar».
Sin embargo, Leonardo fue un furioso anticlerical. Criticó la riqueza de algunos clérigos, la explotación del temor y la credulidad de los creyentes, así como la venta de indulgencias y la rebuscada devoción a los santos.
Sin embargo, Leonardo fue un furioso anticlerical. Criticó la riqueza de algunos clérigos, la explotación del temor y la credulidad de los creyentes, así como la venta de indulgencias y la rebuscada devoción a los santos.
Por el hecho de vivir antes de que estallara la Reforma en Europa (Martín Lutero clavó sus 95 Tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg en 1517, dos años antes de la muerte del artista), Leonardo manifestaba unas opiniones que estaban muy extendidas, especialmente en los círculos intelectuales, aunque también entre muchos católicos observantes y piadosos, disgustados por los excesos que observaban en las vidas de los líderes de la Iglesia.
Por lo tanto, Leonardo, aunque notable y único en su genio, no era realmente un radical en sus creencias espirituales, como a Brown le gustaría que pensaras.
Por lo tanto, Leonardo, aunque notable y único en su genio, no era realmente un radical en sus creencias espirituales, como a Brown le gustaría que pensaras.
De algún modo, era, sobre todo, un hombre de su tiempo: abierto a la exploración del mundo en la medida de sus posibilidades, que empleó sus experiencias sobre el mundo y la humanidad como principio y punto de referencia para sus investigaciones; un creyente en Dios y, según parece, en Cristo, pero un profundo anticlerical que desdeñaba los excesos en la piedad y en las manifestaciones religiosas.
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