
Leonardo no fue en absoluto el único gran sabio de su tiempo. Una generación antes que él, Leon Battista Alberti intentó unificar todas las áreas del saber; Filippo Brunelleschi creó verdaderas maravillas mecánicas, y puso los cimientos de la moderna arquitectura y la ingeniería estructural, y otro compatriota suyo, Pico della Mirándola, nacido diez años después que Leonardo, demostró, en opinión de muchos, un genio comparable. Pero murió tan joven que no pudo llegar a desarrollar todo su potencial.
Lo que hace único a Leonardo es que durante medio siglo trabajó en relacionar y vincular distintas ramas, gracias a una mente que sabía expresarse por igual como artista, experimentador, ingeniero y diseñador.
Leonardo era un amasijo de contradicciones y conflictos, un hombre que rara vez cumplía un encargo; viajaba mucho para su tiempo; un hombre que quería vivir plenamente y llegar al fondo de todos los fenómenos, explicar las cosas, hacer todo lo que pudiera y anotar todo lo que presenciaba.

Einstein hacía bien en ver con recelo la mitificación de que era objeto Leonardo, y a aquellos que deseaban atribuirle prácticamente toda invención y descubrimiento científico.
Pero no se puede ignorar que Einstein formaba también parte del establishment científico y que velaba por la imagen de su profesión. Además, en este caso, Einsten carecía de todos los datos relativos al legado científico de Leonardo.

Utilizaba sus conocimientos de óptica para mejorar su utilización del sombreado, el contraste y la perspectiva, y se apoyaba en sus conocimientos de geografía y geología para mejorar la precisión y realismo de sus paisajes.
En Leonardo podemos apreciar el maridaje de lo que muchos consideran polos opuestos del intelecto humano.
En Leonardo, arte y ciencia confluyeron en una gestalt, que nos proporcionó verdadero arte y verdadera ciencia, en una relación sinérgica enriquecedora.
Quinientos años después de la época estelar de Leonardo, los datos sobre su vida siguen siendo escasos. Los más recientes datan de 1965, cuando un manuscrito, que desde entonces se llama Códice de Madrid, se encontró en la Biblioteca Nacional de la capital de España.

Pero aunque nada sustancial se ha exhumado desde entonces, no debemos perder la esperanza de que en años venideros otros hallazgos arrojen más luz sobre la vida e ideas de Leonardo.
Actualmente la reputación de Leonardo como pintor es vigorosa como lo fue siempre. Y a medida que nos afanamos por crear un mundo cada vez dominado por el progreso científico y el perfeccionamiento tecnológico, su rango como ingeniero y pensador científico original crece en lugar de disminuir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario